jueves, 13 de noviembre de 2008

Las compañeras del arte

Dos policías recién ingresados en el Cuerpo, y ambos hijos del mismo, fueron los encargados de ir a buscar a las amigas de la víctima. El juez quería salir de dudas respecto del abogado detenido para poder marcharse a casa prontito y para eso necesitaba algo más que las recomendaciones que había recibido de su compañero y del coronel del ejército que con tanto interés habían acudido en su rescate.

- Necesito testigos – Dijo con ese tono de mando aprendido el primer año de profesión, allá en Galicia.

Se adentraron temerosos en la calle de la Ballesta. A esas horas ya empezaban a merodear clientes y prostitutas buscando hacer, antes de la noche, un buen trato, de forma que los chavales uniformados llamaban la atención de todo el que pasaba. Las mujeres les increpaban descaradas.

- ¡Mira que buenos mozos! Guapos, para vosotros hay descuento, prendas.

- ¡Vente pa acá con tu porra!

- ¿Es hoy el baile de disfraces?, Mírame que voy de puta, ja, ja , ja

Uno de ellos, el de Zamora, estaba pasando uno de los peores ratos de su vida. Se había criado con los frailes y no había visto nunca un pecho desnudo y ni siquiera había imaginado que lo vería. Aquellas mujeres le daban miedo y, además, se avergonzaba de lo que veía y de su gorra de plato llamando la atención. El asturiano, más atrevido, decía por lo bajo:

- ¡Me cago en mi mantu! Estas tionas van a linchanos. A ver si parecen pronto les putes esas porque si no marcho y que-y den por culo al juez.

Tuvieron suerte, la compañera de la muerta estaba aún en el cuarto. Abrió la puerta y, al ver a los dos policías, como una aparición cinematográfica en su umbral, dijo con tranquilidad:

- Me parece hijos que os habéis equivocado. Aquí no se hace el DNI.

Ellos le contaron el asesinato y la sujetaron cuando casi se desmayó de la impresión. Los alaridos eran tan fuertes que empezó a llegar gente de todas partes. Los grises no eran capaces de poner orden, así que salieron un poco al pasillo mientras pasaba el bochinche. Un rato después dijeron con suavidad:

- Tenemos que llevarla al Juzgado, hay allí un detenido y su Señoría quiere que usted lo reconozca. ¿Hay alguien más que trabajara con ustedes, que supiera de sus clientes y amigos? Si van dos mejor que mejor.

Qué más quería ella que tener una oportunidad de acabar con alguno de esos cerdos que abusaban de las putas, les robaban, las mataban. Algún loco habría sido, de esos que hay tantos, que lo que quieren no es sexo sino muerte, sangre, degenerados que no dejaban a una trabajar en paz.

Tras el cristal opaco del calabozo, mi padre era ajeno a la sesión de identificación. Le habían dejado un periódico y leía tranquilamente, como si nada, a pesar de que su experiencia le decía que en un Juzgado puede pasar de todo.

Las dos putas miraban a mi padre con ojos interesados. Le oyeron hablar con un funcionario. Se miraban, asustadas.

- No le conocemos. No es de los habituales.

Mi padre estaba bastante crecido después de que el juez le hubiera dado unas palmaditas en la espalda cuando, a eso de las nueve de la mañana del día siguiente a su detención, y nada más salir del calabozo, había ido a darle las gracias.

- Nada, hombre, ya sabe que se le conoce en la casa. Pero tenga usted cuidadito porque la gente habla más de lo debido. Y dele recuerdos a su cuñado

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