sábado, 16 de mayo de 2009

AMORES VARIADOS

Me proponía pasar cinco días de vacaciones en Menorca, alguno de ellos navegando a vela y, el resto, en un dolce far niente, con la intención de charlar con mi marido ya que, aunque compartimos mesa y cama, casi no hablamos, debido, sobre todo, a que no nos queda tiempo después de reñir con nuestros hijos.
Todo parecía idílico pero, como my bien sabe Murphy, hubo sorpresa en forma de llamada de mi cuñada que me pedía que le cediera el jardín de mi casa para hacer a mi hermano (su marido) una fiesta sorpresa por los 50 años y también para que le ayudara a prepararla a su espaldas. Ni que decir tiene que, de inmediato, sentí una terrible piedad por mi hermano a quien, con tan respetable edad, se le iba a someter a la terrible y dura prueba de tener que sorprenderse, agradecer, sonreir etc. Él se lo teme, me consta, pero creo que confía en que su mujer haya reflexionado lo suficiente como para erradicar tan horrible idea de su mente. Puede que se olvide, no obstante, de que tiene dos hijos de corta edad, demasiado corta para sus padres, a cuya felicidad y diversión se dirigen todos los esfuerzos de su madre lo cual, de rebote, le causa a ella también profunda felicidad. Yendo un poco más allá creo que mi hermano sospecha que habrá fiestecita sorpresa, que su hermana, que entra a todos los trapos habidos y por haber, va a estar en el ajo, y que su mujer y sus hijos van a disfrutar de lo lindo, y, llegados a este punto, creo que está dispuesto a participar con todas las de la ley, es decir, a sorprenderse, emocionarse, reir, contar chascarrillos, bailotear con las cuñadas, cantar alguna canción de sus tiempos mozos, dejarse hacer fotos y agradecer a todo el mundo su asistencia. Eso es amor y, lo demás, pamplinas.
Así que hablé con mi marido (por fin) para pedirle que renunciara al viaje a cambio de pasar un agradable puente haciendo canapés, tortillas y emparedados, preparando mesas y sillas, hielos y ceniceros para su cuñado y sobrinitos y para toda la caterva de gente desconocida que va a invadir nuestra casa, llenarla de vasos de papel, manchas de fanta, niños alocados y sus evocadores padres carrozas, acordeón incluida, mientras nuestros hijos desaparecen lo más lejos posible y mi madre me riñe por meterme en líos, para acabar felizmente el domingo barriendo, fregando y sacando basura.
Él, claro está, aceptó a la primera renunciando a conocer (por fin) Menorca. Y esto también es amor ¿o no?

2 comentarios:

Júbilo Matinal dijo...

Creo, en efecto, que hay pocas cosas tan terribles como que te hagan una fiesta. Si es sorpresa debe de ser ya espantoso, y no se me ocurre prueba de amor más inequívoca que asistir a ella, en vez de huir gritando denuestos al primer atisbo de serpentina. Bueno, sí: como bien dices, lo de renunciar a Menorca para asistir a la fiesta sorpresa de tu cuñado, que, encima, tiene lugar en tu casa, raya ya en lo sublime. O quizás en el masoquismo. A esos niveles la diferencia empieza a no estar clara.

Cigarra dijo...

Tú eres una santa, pero tu esposo es un Ser Superior, así con mayúsculas. Espero que la cosa no sea tan penosa como tendemos a imaginarla desde fuera (siempre es peor imaginar una catástrofe que padecerla. En mitad de la inundación estás tan ocupado salvando cosas que no te paras a considerar lo desgraciado que estás siendo) Verás cómo al final lo pasais hasta bien, y todo.
(Lo que yo digo, ¡Una Santa de los altares!...)